lunes, 16 de junio de 2008

Serenata nocturna para amantes infames.

¿No los has visto?

A veces no hablan. Nunca hablan.

Ese silencio que Agustín vio devorarse a Ambrosio.

Ellos, esos, eternamente mudos.

Nunca responden. ¿Por qué? ¿Qué pacto infernal los hace guardar silencio?

¿Acaso en alguna de sus figuras encontraremos el nombre de Dios?

Será que en el fondo todos, cada uno es un signo;

Dios un infinito encuadernador de un río letrado, que lo derriba con su fuerza.

Tal vez de allí viene su fuerza infinita:

-de nunca saber que fue de Alejandra Vidal,

si alguna vez Marcos se hizo adulto.

-La misma pregunta que todos nos hacemos:

¿Qué haríamos en presencia de la maga?

Son ellos, esos amores que no responden, que no nos hablan.

Esos amantes infames,

cada algún tiempo huimos de su tiranía.

Nos prometemos que jamás los volveremos a ver.

Nunca más esas espaldas anchas, esas esquinas laceradas por el tiempo,

los mismos colores gastados que han usado toda su vida, siempre monocromos.

No les importa nuestro abandono, apenas saben de nuestra huida.

Miles más caen en sus encantos, un harem de nuevos esclavos de sus historias infinitas.

Al final sabes que el bosque del silencio es muy frío, que el leñador de la vida no abriga como ellos.

Al final regresas, no pides disculpas, solo ocupas tu lugar junto al fuego.

Ellos te miran sin hablar “boca espumosa, ojo fatal”.

Saben que regresaste, pero nunca hablan.

Solo los tomas donde los habías dejado:

“En el principio fue el verbo….”

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