lunes, 19 de noviembre de 2007

La cantata de Marce







(Epopeya en rima asonante para una cartaga orgllosa de serlo)

Nació a la derecha del volcán,
donde la Tierra huele a tierra
y unas brumas abrazan todas las noches
a un pueblo que apenas lucha.

Abril siempre trae milagros
y nos besa con sus alas.
Por eso ese día nos liberamos del invasor.
El año que perdimos las Malvinas…

Flores y juegos, fuegos y alarmas fueron su infancia,
El hormigón de un santo formidable, le encerró la adolescencia.

El siglo se cierra, amanece uno nuevo.
La Tierra dormida finalmente cimbra,
ésta vez no era el volcán.

Miles de soldados dorados,
cientos de banderas amarillas y corazones tricolores.
Apenas logró ver que ese buen día, los postergados se habían cansado.
Despertaba un gigante dormido.

Algunos años pasaron sin pasar,
llegó marzo y el meridiano del mundo lloraba sangre,
un vaquero enloquecido andaba suelto.
El petróleo no era importante,
las almas inocentes la decidieron…

A veces el tiempo junta a los iguales,
como en la Secta del Fénix.
Allí estaban, ellos, esos, los poseídos, los endemoniados… ¿los elegidos?
A veces solo hay que dar un paso al frente, era un buen momento.

Luego vino la Hispanidad y su abrazo arrullador de asfalto y escombro.
La verdadera universidad que construimos, que nos paso por las venas.
A veces la podíamos pintar de pueblo y empolvarla con sueños.

Crecer, aprender, caerse, volver a aprender.
Una tarima tras otra tarima, un público tras otro publico.
La única recompensa: ese contacto electrizante de un auditorio atento.

Finalmente, luchar contra Calibán, contra ese mounstro de 50 cabezas.
Y luchó a brazo partido (lucharon seria mejor decir…)

Pero un día se fue:
“piensa en mi, volveré por ti antes de que de los sauces caigan las hojas”.
No salio tan bien, creyó que no iba a regresar.
Cuando regresó, no lo supo reconocer.
Calibán ya había triunfado. Una jaula de metal y cables la había aprisionado.
Era medio noche en el siglo. (Entre más oscura esta la noche mas se acerca el amanecer.)

Ahora con nuevos bríos se prepara a combatir, se quita el polvo de la primera caída,
mastica las lecciones: “la venganza siempre se sirve fría”, con sangre en el ojo observa a Calibán, espera un solo descuido.

Luchara y será libre.
Al fin y al cabo, nació el día que nos libéranos del invasor
a la derecha del volcán, donde la Tierra huele a tierra.
Donde un buen día, un milagro de abril anuncio el fin de ese
pueblo que no le gustaba luchar.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Cuarto para las once.


El reo que espera su condena, con corazón de patíbulo.
Todas la noches iguales, el calvario que te lleva al fin.
Como el águila de Prometeo, sonámbulo espero los quince minutos que me regalas de tu vida
La ventana abierta al paraíso perdido.
La mirada que Moisés tuvo de la tierra prometida.
Todos los días como un reloj fatal:
44… 45…
El sonido que anuncia la condena.
Los quince minutos que le he robado a la vida, que me quedan de vida
Lo único que rescate del metal demoledor de la fábrica.

Luego otra vez la noche, sin fin, eterna con tu silueta en cada esquina.
Los minutos se enciclan, vuelven a comenzar, nunca terminan...

Amanece, agoniza el día, la tarde pare la noche
Todo en un punto fijo… cuarto para las once.

La hora donde el pavo real besa sus cadenas, el vampiro recuerda su infinita vida de condenado.
La Luna, celosa del tiempo, baña de plata al licántropo.
Ambos conjuraran el tiempo.
Prometeo recuerda el dolor reconstruido de sus entrañas.
El tiempo se detiene otra vez… un cuarto para las once.